Después de estar todo el verano de vacaciones (yo soy así, no tengo obligaciones),me encuentro con un montón de correos de lectores, pero sobre todo de lectorAs, que aunque en su mayoría sólo quieren que les de sexo (normal, ya que soy un espécimen sobresaliente), algunos pedían a voces que comentáramos algún abridor. Supongo que es porque se les acerca algún cumpleaños de un cuñado que les cae mal o algo así, porque si no, no tiene sentido.
El caso es que yo no iba a ponerme a investigar y buscar algo, pues prefiero dedicar mi generoso tiempo libre a beber cerveza fresca. La gente de alta alcurnia somos así. Por lo tanto me dirigí a encomendar esa tarea al becario, que para eso está. Bajé al sótano, y me encontré con un panorama muy duro, terriblemente injusto. A medida que bajaba los escalones y me acostumbrada al fétido olor de pozo negro, me di cuenta de que había algo intolerable. Sí, habéis acertado, hacía demasiado fresco. FRESCO, en VERANO, EN EL AGUJERO DEL BECARIO. Como comprenderéis, si queremos que aprecie el puesto de trabajo que tiene, hay que hacerle sufrir, que estamos en crisis.
Cogí la picana eléctrica y le impelí a subir hasta el invernadero del ático, donde en invierno plantamos los típicos cactus. De camino por la redacción vi un collar de perro con cadena y pensé que le iba al becario como anillo al dedo. Una vez arriba le até a un cactus bien gordo y le dije que quería un artículo de un abridor para antes de las 12 del mediodía. No es que yo tuviera prisa, pero es que es probable que para esa hora hubiera muerto deshidratado. Y para motivarle le dejé a mano una botellita de Sierra Nevada Torpedo en una neverita.
Claro, no le dejé abrebotellas y como colecciona cascos de birras, sabía que le dolería mucho romper la botella para beber. ¡A ver si os creéis que estamos como para tirar cerveza en becarios! Y así le dejé. Cuando volví a recogerle, a las 12 y 25, porque el becario nos importa un carajo, pero uno no es un monstruo al fin y al cabo, me encontré con algo terrible por segunda vez en el día. Oh, cruel injusticia “INURIA” que decían los latinos. Se había bebido la cerveza, y parecía esbozar una sonrisa cuando me entregó el comentario del abrebotellas. Se titulaba: El mejor amigo del hombre.
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