A estas alturas todos sabemos quién hace realmente la cerveza, y si estas pensando que eres tú en casa o el cervecero de tu birra favorita, andas muy equivocado. Aquí la que hace el verdadero trabajo, la que transforma un mosto bien hecho en un elixir de dioses, la que da la vida por la causa o sale llena de cicatrices de la batalla, queridos amigos, es la levadura.
Como elemento fundamental en la elaboración es importantísimo que nos tomemos nuestro tiempo para elegir qué levadura vamos a usar. Y una de las cosas que debemos tener en cuenta es el formato en el que la compramos. Para hacer cerveza podemos encontrarlas como levaduras líquidas o levaduras secas activas. Y aquí viene el dilema, porque las ventajas de una son las desventajas de la otra, y viceversa. Por lo tanto tenemos que tener muy claro qué queremos hacer, con qué objetivo y cuáles son nuestras prioridades.
En el formato líquido encontramos un abanico muy amplio de cepas con alta pureza para jugar todo lo que queramos, mientras que el catálogo de secas activas es considerablemente más reducido, especialmente en lager. Además, su viabilidad es mayor, pero son más delicadas en su almacenamiento. Sin embargo, las levaduras secas activas tienen un periodo de conservación mayor, no es necesario realizar un starter (aunque sí es recomendable al menos hidratarlas) y además son más baratas.
Ambas tienen sus cosas buenas y no tan buenas, esto ya depende de las necesidades y posibilidades de cada uno. Pero la próxima vez que trabajes codo con codo con la levadura, en el formato que tú decidas, trátala con cariño y sigue los pasos que marca la casa comercial (que somos mucho de hacer las cosas sin leer las instrucciones). Mantenla contenta y ella se encargará de hacer su magia. Y, si puedes hacerlo, ya que al final son levaduras diferentes, haz pruebas con cada una y compara los perfiles organolépticos que dan, a ver cuál se ajusta más a lo que buscas.
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