Queridos birrómanos, cervezólogos todos, hétenos aquí otro día más (como ya es hábito), compartiendo nuestro fáctico y enciclopédico –cuasi catedrático- saber sobre botánica referente al celebérrimo y áureo bálsamo que ocupa nuestra bitácora informática. En esta efeméride, tratemos del lúpulo. No, no el bíchulo que come ovéjulas. Tampoco el diagnóstico repetidísimo del médico mediático House.
Sino al magnífico folículo que hace orégano de todo nuestro montículo: el lúpulo del jardín. En este fascículo, hablaríamos pues del Galaxy, pero antójase traducirlo anglosajónicamente: permítenos llamarlo galáctico, por lo poético (que no cósmico) .Y este texto esdrújulo se nos antoja porque este lúpulo es autóctono de Australia, nuestras antípodas (donde todo es idéntico a lo autóctono. Y a lo foráneo. Y a lo limítrofe), el continente oceánico.
Es un vástago genético del lúpulo germánico Perle, siendo un lúpulo de doble propósito. Así que pese a su magnífico amargor (con el que va dándole ese característico y áspero carácter al alcohólico elixir), sería sinónimo en la cercanía de sabores del trópico: maracuyá, piña, melocotón… y sobre todo de lo cítrico. Perdónennos el quincuagésimo proparoxítono: paremos lo esdrújulo.
Y concretemos ya hablando “normal”: Tiene entre el 11 y el 16% de alfa-ácidos y una buena carga de aceites esenciales -de las más altas entre los lúpulos comerciales- Todo ello hace que se utilice muchísimo en IPAs y APAs de todo el mundo, y que, por lo tanto, a veces cueste encontrarlo. Si es así, se puede sustituir por Citra o Amarillo. Y si lo quieres probar puedes intentar buscarlo cuando bebas una Adnams Jack Brand Dry Hopped Lager, o una Beavertown Neck Oil, por ejemplo. Sin esdrújulos aspavientos.
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