El agua es uno de los ingredientes más importantes a la hora de hacer una cerveza, ya que es básicamente más del 90% de la misma. Se usa como medio donde se disuelven los azúcares de la malta y se hierve para extraer los componentes de los lúpulos.
Tradicionalmente, las cervezas se hacían tal y como el agua de la zona lo permitía (actualmente el agua se puede tratar y adecuar a la receta, pero antes no). Así, en zonas de aguas blandas se podían elaborar cervezas suaves como las Pilsner, y en zonas de aguas duras, cervezas más potentes como las Porter.
Y es que necesitamos que las características del agua se adecúen a la receta de la cerveza, siendo quizá las más importantes el pH (la acidez o alcalinidad del agua) y la dureza (cantidad de iones disueltos en la misma).
De estos factores (y de componentes como Cloruros, Carbonatos o Sulfatos) va a depender la correcta realización de los procesos enzimáticos y químicos que permitan crean un buen mosto para cultivar las levaduras. Y al fin y al cabo, esa es la base de toda cerveza.
Un artículo muy claro y concreto. Podríamos añadir también que uno de los factores más negativos del agua, y que afectan a la calidad de la cerveza, es la existencia de cloro libre disuelto. El cloro hay que eliminarlo en su totalidad (no los cloruros), sobre todo cuando son tratadas con grandes cantidades de este componente en verano. Las alternativas son variadas, desde dejar el agua durante al menos un día para que se vaya evaporando el cloro, hasta hervirla, emplear un equipo de ósmosis inversa o la más práctica, barata y eficaz que es utilizar filtros de carbón activo. Sistema, este último, que además de eliminar el cloro reduce algo la alcalinidad de aguas duras.
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