En general cuando en una cerveza, pese a ser un producto que se ha hervido a su vez, encontramos aromas que nos recuerdan a otros alimentos hervidos, no suele ser bueno. Y los componentes azufrados que podemos encontrar entre los volátiles son uno de ellos.
El aroma sulfhídrico, proveniente del sulfuro de hidrógeno, puede recordarnos al olor que desprenden los huevos cocidos en pequeñas cantidades. Si su presencia es mayor, parece más el aroma de los huevos podridos o de aguas residuales estancadas.
Vamos, nada agradable de reconocer. Ni de entrenar previamente. Pero como todos aspiramos a convertirnos en grandes catadores, recomendamos cocer un par de huevos, dejar otro par unos meses a la intemperie y aspirar los efluvios de los desagües de la casa (esto último ya opcional) o de las bayetas húmedas.
Y si lo que queremos es aprender a corregir este defecto en la elaboración, tenemos que vigilar si es necesario el perfil del agua que usemos y dejar que la levadura haga su trabajo de metabolismo tranquilamente, de manera que escape con el CO2 que produce.
En pequeñas proporciones puede dar sensación incluso de frescor.
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