Ya os habíamos hablado en el pasado de dos cervezas de la serie de metales preciosos (o pesados, depende de cómo lo mires) de la casa Anthony Martin. Las versiones platino y titanio… a cuál más alcohólica y deleznable. ¡Pero nos habíamos dejado la oro! ¡Imperdonable!
Puestos en antecedentes, buscamos por supuesto al becario más prescindible para hacérsela beber, sin destrozar el paladar ni el hígado de alguno de los bienaventurados miembros fundadores (loados sean los jardineros originales), y se la hacemos beber sin compasión.
Es una cerveza de color dorado anaranjado que no está tan mal verla, al menos es limpia y la espuma blanca tiene un tamaño y duración aceptable (cosa que en las cervezas alcohólicas suele ser un hándicap). Pero no tiene muchas más ventajas que contar.
El alcohol tiene más presencia que las maltas. Y el lúpulo ni se nota. Esto era solo en nariz. Si la bebes (cosa que hizo el Becario, insistimos) puedes volver a leer la frase y la describe también. A lo que hay que añadir algo de sabor metálico (más que oro, aluminio… ¡y eso que era en botella!) y dulzor.
Y es que es una cerveza de baja fermentación (sin nada más especial) subida hasta los 10% vol. ¿Qué podemos esperar más que un camino rápido a la borrachera y al dolor hepático? Nos quedamos con una extracto de su web… siempre fuente de maravillosas perlas: “Desde 1992, la Gordon Finest Gold provoca el éxodo…”
“Mi opinión en un Tweet:” El éxodo al excusado más cercano. Nota: Insuficiente.
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